Decidí escribir este libro por insistencia del escritor y amigo Gonzalo Moure, a quien había conocido unos meses antes en la biblioteca en la que trabajaba, donde había venido para realizar unos encuentros literarios. Cada cierto tiempo recibía una llamada telefónica suya insistiendo en que tenía que ponerme a escribir. Quien lo conozca sabrá de su tenacidad. Así que me puse a ello aunque sin mucho entusiasmo, pues era la primera vez que me enfrentaba a la ficción.
Me rondaba una idea desde que supe, por un libro de origami, del significado de la grulla de papel y de la experiencia emotiva de los periodistas internacionales que visitaron los hospitales de Hiroshima y Nagasaki tras las bombas atómicas cuando descubrieron miles de grullas “volando” por los techos de las habitaciones. Grullas enviadas desde todo Japón deseando la recuperación de los heridos. Escribiría sobre el porqué de estas figuras de papel meciéndose cumpliendo los deseos de sanación.
Ese era el pretexto, una historia que quizás se había contado en numerosas ocasiones, la historia de un niño en un conflicto bélico. El reto era cómo contarla.
Me propuse escribir una novela donde los lectores fueran protagonistas activos, para ello opté por una novela en secuencias y que combinara tres discursos diferentes: la novela, el cuento y el lenguaje técnico del origami. Todo muy postmoderno. De ahí los capítulos cortos intercalados por cuentos tradicionales japoneses, salvo el primero que es inventado, y el áspero lenguaje de la papiroflexia.
Ese era el esquema pero faltaba el estilo. Lo encontré en la primera corrección del libro ya completado, cuando desbrocé el texto, aquellas alrededor de 150 páginas que había escrito y que tras la limpieza se habían reducido a apenas 25. Pero aquellas pocas páginas “sugerían más que contaban”, una máxima del haiku japonés que hice mía para escribir en un estilo sencillo, con apenas adjetivación y descripciones, con pinceladas para que los lectores encontraran la atmósfera y los sentimientos más que las acciones.
El resto fue superar obstáculos como bien sabe cualquiera que se ponga escribir. Cambié la tercera por la primera persona, más cercana y cálida para una historia triste con era; comencé la novela en pasado para rematarla en presente buscando mayor dramatismo, pasando por un magnífico pretérito imperfecto; busqué matices en los personajes, sobre todo en la madre del protagonista, aunque apenas aparece; jugué con las referencias literarias que me habían servido para documentarme, es el caso del premio Nobel Kenzaburo Oe en concreto de su libro La presa; introduje nuevos discursos como la poesía, las cartas o los sueños; y descubrí que lo interesante de la escritura está en la forma más que en el fondo, aunque a este no le resto importancia.
Los últimos retoques del libro los realicé en Figueras (Asturias) invitado por Tina y Gonzalo, allí puse el punto final, lo imprimí y les regalé el libro. La edición y publicación son otra historia.
Puedes encontrar el libro en todas estas librerías.